
Tener un amante puede ser una cosa buena, eso dice la sabiduría popular o al menos eso es lo que me aconsejan mis amigas (dos o tres, las otras siguen creyendo que más vale conocido que bueno por conocer).
Yo como confío en el buen criterio de mis amigos he seguido ambos consejos, es decir, me he resignado al bueno conocido y me he entregado al malo por conocer.
De quién voy a hablar hoy es del malo conocido.
Hay muchos motivos por los que uno se decide a tener un amante, ganas de probar algo nuevo, experiencias distintas, problemas con la pareja... en mi caso recuperar un poco de esa magia que hay siempre al comienzo de una relación, que se ocupen de ti, que te llamen, te digan que tienen ganas de verte, que te desean, que le gustás mucho, etc.
El problema es cuando esa atención se vuelve desmedida y transforma en una especie de persecución. Cincuenta mensajes y más de treinta llamadas por día, creo yo, son una exageración.
Supongo que estoy demasiado vieja para esto y que hace tanto tiempo que no tengo uno que no conozco el código y le erro, o le erra él al decodificar mis mensajes:
Si digo, "hoy no puedo", él lee "seguí insistiendo"
Si digo, "puedo el jueves", él lee "organizá algo para el martes"
Si digo; "estoy con una gripe que me muero", el dice "igual podemos vernos un rato, conversar", yo contesto "puede ser", él lee "prepará una juerga de aquellas"
Llega un momento que digo "suficiente, éste es o se hace", dejo de responder los mensajes y me voy a ver al malo conocido que nunca me dice que tiene ganas de verme, ni que me desea, ni nada por el estilo pero eso sí, jamás, jamás me insiste.