lunes, 2 de marzo de 2009

Los meses



Enero es el mes de la playa, de no estar nunca en casa, de hacer lo que se me da la gana, de volver a ser un poco adolescente y entusiasmarme con todo, hacer cosas diferentes. Es el tiempo del ocio, de leer, de dejar correr los días. Es como una limpieza del alma, donde aprovecho a borrar cosas y volver a sus estantes otras que se fueron desperdigando el año anterior.

Este enero fue de campo, de playa, de retrato, de paseos por la Ciudad Vieja, de ratos perdidos en el Café Brasilero, de helados ricos en la Cigale, de gente nueva, de sobrina y de amor.





Febrero es el mes de las conservas o del acopio. En mi familia, desde que era muy pequeña siempre ha sido un mes dedicado a la cosecha de frutos de estación y su preparación para el invierno.
Siempre fue mi abuela la que dirigía el asunto, parecía que nadie más podía hacerlo tan bien como ella. Luego fue mi madre y ahora que ya no está y mi abuela está vieja parece que ha decidido concederme el honor de ser su aprendiz.

No es poca la responsabilidad aunque la tarea parezca sencilla, las cosas tienen que quedar bien. Es como dar un examen muy, muy difícil, uno siente como si en cada bollón de dulce, en cada frasco de duraznos en almíbar fuera el orgullo familiar.
Parece una tontería para quién no ha compartido días enteros pelando la fruta, cosechando los higos, los tomates, los morrones, las uvas…
Pero no lo es, porque solo alcanza con ver la cara de mis abuelos, sentir su satisfacción cuando al fin se apaga el fuego y se descubre el tesoro de frascos y delicias, en el fondo del tarro negro de eternos fogones, para comprender que no solo los ha hecho feliz sino que ha cumplido con su deber y ese lazo invisible que me conecta con lo atávico de lo femenino, porque las conservas son sin dudas tareas de mujeres, se vuelve visible y en el se reflejan los rostros de generaciones de mujeres de mi familia que han dedicado cada febrero a preparar el alimento para próximo invierno.
El vino y la leña son tareas de hombres.








3 comentarios:

Viperina dijo...

Son un verdadero placer, tanto al elaborarlas como al degustarlas, las conservas caseras...Yo también disfruto de esas horas de dedicación y paciencia, experimentando en ocasiones con mezclas sorprendentes, intentando atrapar en un frasco los sabores del final del verano para disfrutarlos todo el año, aunque casi nunca duran tanto, aunque aquí el tiempo de cosecha y preparación sea en septiembre.
Besos, amiga, una entrada muy dulce, mmm...

Tulipán dijo...

En mi familia la que prueba con las mezclas es mi abuela que no siempre salen bien :S

Yo tengo un estilo más "clásico" digamos:)pero siempre disfruto de esos ratos mágicos que se crean en le proceso de elaboración.
Hoy en vez de besos te mando duraznos y manzanas, calabazas y tomates, uvas y peras,y allá tú como mezclarlas :)

Viperina dijo...

Mermelada de tomates verdes, mmmmmm...¿has probado alguna vez? Una delicia...