domingo, 11 de enero de 2009

Biografía no autorizada
o

Tomá pá vó, dijera Sarita Perrone

Mi incursión por las artes plásticas


Y, bué, dicen que vida hay una sola y hay que probar todo ¿no?

Acá estoy yo haciéndome la Mona Lisa, posando para un par de retratos, es interesante, y aunque no he vista nada del trabajo aún, me da curiosidad, es una forma de poder ver que ven los demás de uno.

Además, pienso hacerme famosa y rica. Cuando dentro de unos años mi retrato esté expuesto en alguna galería de Londres o Nueva York o los coleccionistas se lo disputen en alguna subasta de Christie's o Sothebys voy a cobrarle una pequeña comisión a la artista (Clarina Vicéns) de un 10% y cuando tenga unos 94 años (no tengo apuro por ser famosa como se verá) y estén escribiendo su biografía no autorizada contaré mi experiencia como su modelo más carismática.

Así daré detalles sobre ese momento de quiebre en la obra de la artista:

“Estábamos en el taller ubicado justo en frente del Mercado del Puerto, era verano y por eso las sesiones las realizábamos durante las horas de la mañana. A esa hora aún no se veía mucha gente, ni los turistas con sus gorritos y precedidos por sus guías, buscaban aún un lugar para almorzar, ni los clásicos grupos de amigos juerguistas invadían la plaza de acceso, tan solo aquí y allá algunos personajes que parecían vivir allí, entre ellos “Gualbertito”, a quién nosotras habíamos bautizado así, un chico rengo que trabajaba en la Posada del Puerto y que Clarina había tomado cariño y “adoptado”, y algún que otro vendedor que a precio de oro vendía sus cachivaches en el lugar: mates, sombreros; bombillas, postales; pulseras, adornos y mil maravillas más. Era un buen momento del día para estar allí. El taller, ubicado en un tercer piso al que se accedía por una escalera desgastada y bastante empinada, tenía tres magníficas ventanas que recogían el aire fresco del mar, que estaba ahí nomás, del otro lado del gran edificio de la aduana y los enormes cruceros que anclaban en el puerto, y nos traían los sones de los tambores, con ese eterno redoble que nos llegaba desde la calle, con un repertorio repetido hasta el cansancio. Ella solía decir que le gustaban y que nunca la cansaban porque le levantaban el ánimo y que el ritmo era tan contagioso que se trasladaba a sus ganas de trabajar”
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“El vestido blanco que usé era un camisón de principios de siglos que perteneció al ajuar de mi bisabuela materna, era realmente hermoso, totalmente confeccionado a mano. La primera vez que hablamos con Clarina de hacer un retrato con ese vestido había sido unos veranos atrás, durante una visita al taller en que yo lo llevaba puesto. Ella al verme dijo: parecés una dama del novecientos, tendríamos que hacer un retrato; ¿Me dejarías que te pintara?

Aquel verano en que lo hicimos yo estaba pasando unos días en Montevideo así que comenzamos, primero se hizo el otro, el de la blusa blanca. Aún está en mi poder, aunque varias casas de subastas y coleccionistas me han ofrecido fortunas por él, he decidido conservarlo como recuerdo de aquellos días fantásticos y recuerdo de una gran persona y artista. Espero que mi familia no decida deshacerse de él cuando yo haya muerto”
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“Me encantaba verla trabajar, mezclar los colores sobre la paleta (no era la suya propia sino la de una amiga con la que ocasionalmente compartía el taller y que usaba porque decía que era de mejor calidad, más equilibrada) corregir proporciones, detenerse a observar, entrecerrando los ojos. Conversábamos mucho, ella me contaba cosas de su vida y yo de la mía. Su principal preocupación por aquellos días era el machismo, del cuál según ella había sido víctima tantas y tantas veces. Charlábamos mientras pintaba y también durante el almuerzo, que hacíamos durante algún descanso, sobre un cajón que hacía las veces de mesa, pintado por ella misma, era fantástica. Recuerdo un día, en que su sobrino había ido a almorzar con nosotras y decidió abrir una botella de vino que le habían regalado cuando había hecho la exposición en el teatro Solís junto a Eduardo Vernazza. Cuando ya no quedaba del vino más que la botella y el sopor dulce y con ganas de más, tomé la botella y comencé a leer la etiqueta. Cuál no sería nuestra sorpresa al descubrir que la misma pertenecía a una edición especial, hecha para conmemorar los 150 años de teatro por la bodega Varela Zarranz y que además, correspondía a una colección numerada. Además de reírnos mucho por la irreverencia de tomarnos aquel vino tan exclusivo, Clarina anotó los números que le correspondían a la botella dentro de la colección. Escribió sobre el lienzo sobre el cuál estaba pintando mi retrato. Esos números que tanto ha intrigado a los investigadores de arte, y ha desvelado a los estudiosos de su obra en busca de su significado, la relación con su obra o su concepción del arte, o la simbología oculta, no son más que los números para la quiniela, que anotó allí porque no encontró papel.”
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“Cuando poníamos fin a la tarea, fuera por el calor o la luz que entraba a raudales, incluso si teníamos las largas y finas cortinas corridas, solíamos caminar hasta el centro. Era fantástico, me encantaba, caminábamos lento, casi siempre mirando hacia arriba para poder disfrutar y comentar los detalles arquitectónicos de las casas de la Ciudad Vieja, lamentándonos siempre por su deterioro, por el esplendor que habría sido y que se resistía a desaparecer. Nuestra calle favorita era la peatonal Pérez Castellano y sus recién reciclados edificios. Las ventanas altas, las rejas que no encerraban, las cúpulas, las puertas de madera con maravillosos detalles, todo servía para ser comentado y fotografiado, desde la filmación de una película con policías en moto y con traje de gala hasta manchas de herrumbre sobre un portón añejo.”
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2 comentarios:

Viperina dijo...

Waaaaaaooooo!!! Espero que ese retrato se haga muy famoso, porque sólo la descripción de esos momentos es de por sí sublime. Tienes un don para describir las situaciones y los lugares, que hace que me sienta transportada a ellos. Sigue haciéndome soñar, por favor... Besos.

Tulipán dijo...

Gracias por los elogios, sobre todo porque siempre he creído que soy bastante desastrosa con esto de la escritura. Cuando esté pronto el retrato pondré una foto de él para que puedas verlo (y comprarlo). Aprovechá la oportunidad porque después valdrá millones. Jaja